martes, 11 de octubre de 2016

Del álamo blanco...









Del álamo blanco
las hojas huían,
pétalos que fueron
de nácar un día,
y en un vals sereno
de melancolía,
por montes y valles
el viento movía.

Piruetas livianas
de etérea agonía,
su danza de muerte
con garbo ofrecían
a claras mañanas
y noches umbrías,
como ofrendas gayas
de su despedida.

Libres, anhelantes
de nuevas orillas,
bailaban un baile
de suaves caricias,
volutas de cobre,
de sangre investidas,
bajo el cielo gris,
sobre la campiña.

No brillan sus ojos
ni es jovial su risa,
la que en primavera
su  haz relucía
al son de los trinos,
rapsodias divinas,
de los ruiseñores
y las cardelinas.

Y se van ahora,
certeras caminan
a su destrucción
en jacas sin bridas,
reposando el vuelo
de su edad vencida
entre la hojarasca
huraña y mohína.

 ¡Oh, hoja de plata
en ocre fundida,
dejas con prestancia
tu pujante vida
y aceptas gozosa
tu fatal partida,
repartiendo sueños
en almas heridas!

                         (MjH)
















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