miércoles, 10 de junio de 2015

Estaba allí





pero la vida era de la muerte




 Estaba allí
 confiado sobre la colina reverdecida,  
 contemplando con orgullo el caudal
 del río que corría,
 como si suya el agua fuera.

 Estaba allí
 desafiante al tiempo fugaz y disperso,
 guerrero invencible
 de un  calendario lento,
 como si suyas las hojas fueran

Estaba allí
indemne de los ciclos a la marea,
a los años estancados
de una galaxia eterna,
como si suyo el universo fuera.

Estaba allí
firme sobre el glorioso pedestal  de lozanía,
mirando altanero el fluir
de la savia que bullía,
como si suya la vida fuera,

Héroe titánico,
coloso invencible,
Heracles victorioso,
estaba allí.

Firme, confiado, desafiante, indemne,
quimérico señor del feudo de su vida,
estaba allí.
Pero la vida era de la muerte.
                                     (MjH)


Pasodoble torero a Carlos Jiménez Blázquez









En la tarde mansa
del dorado abril,
el capote grana
se abre al toril.
Al son de las palmas
se crece el torero,
arrojo y bravura
adornan su cuerpo
en traje de nardos
ante el furor negro.
Y en los remolinos
del abaniqueo
de oro y rubí
se levanta el viento,
con caireles rojos
se encienden los ecos
de los oles vivos
y vivos lamentos.


Y sobre la arena,
en el redondel,
el arte y la furia
se ponen de pie.

La música crece
y ensalza el momento:
dos figuras grandes
en desigual duelo
de embrujo y hechizo,
de fatal misterio
sobre ardiente esfera
en lidia de fuego,
y el ágil capote
dibuja su vuelo.
Oles y más oles
llegan hasta el cielo
y Carlos Jiménez
da un pase de pecho.
Con valor y oficio
y entusiasmo ciego
se yergue en la plaza
el joven maestro.






Y sobre la arena,
en el redondel,
el arte y la furia
se ponen de pie.
                    (MjH))





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